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Comienzo por confesar mi
pesimismo respecto a la marcha de nuestra democracia que comenzamos con grandes
ilusiones, pero nos está llenando hoy de graves desazones, pues da la impresión
de que,  al faltar una meta común, un
programa ilusionante de futuro, una historia compartida, ha llegado el momento
de desmembrar, de hacer pedazos esta vieja nación a la que tanto amo.

Cada partido, cada grupo,
cada región, cada ciudad, cada pueblo, en lugar de sentirse aunados en un
proyecto compartido, en una búsqueda incesante del bien común, pretenden
utilizar todas sus fuerzas para desunir, para reclamar derechos imposibles,
para hundir a los contrarios,

Unos tratando de
mantenerse en el poder hablan constantemente de éxitos económicos, seguramente
ciertos, pero que no llegan a todos. Pretenden ser representantes de la
derecha, pero ¿qué derecha? ¿Hay quien defienda los valores que la
cohesionaban? ¿Por qué se siguen aprobando leyes destructoras de la familia
inspiradas en la perversa y amenazante ideología de género, en la promoción de
una sexualidad descontrolada pero que se niega a favorecer el crecimiento de la
natalidad, la estabilidad del matrimonio?

Los que aspiran a
desalojar a los anteriores ¿qué ofrecen? Unos, más de lo mismo, aunque con un
aire más moderno. Otros, o mejor, otro quiere a toda costa ocupar la Moncloa,
es el del no, el del odio africano, el que ha conseguido nuevamente imponer su
voluntad al viejo partido socialista, pero que no sabemos lo que ofrece o al
menos yo no he oído nada que valga la pena.

Otros que también sueñan,
o soñaron alcanzar el poder, con su color morado y su círculo de soga, –